Te veo hacia un estrecho pasaje, negro, angosto y sin fin, te vas a hacer daño caballero, pues no se puede encadenar mi alma por mucho tiempo seguido, estoy cansado de ti, no quiero más lágrimas otoñales ni miradas húmedas a través de los cristales.
Te hago daño y soy consciente de ello.
He motivado mi soledad en la tumba faraónica, porque estaba lleno de vida y necesitaba demostrar al sol toda la elástica juventud que aún poseo, trazando arabescos en la pavimentación del frío cemento, dando sentido a la desolación del sucio paisaje, pero tú bien sabes que soy imprevisible en todas mis manifestaciones vitales.
Sé que nos estamos utilizando el uno al otro.
¡Qué más da!
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