Tampoco quiero ser viento, ni teléfono, ni Baronesa, ni nada y menos que nada, yo mismo.
Cuando tenía seis años me miraba en el espejo del pequeño cuarto de baño que teníamos en el Dry Village, y frente al espejo me encontraba solo y en mi soledad quería ser hermoso y era feo, feo, feo.
También cuando hice mi primera comunión no pude resistir el impulso de ser el mejor, arrepentirme de mis pequeñas faltas, que en aquellos días se me antojaban enormemente grandes y quería llorar en mis divagaciones místicas, me veía en las rodillas de Pio XII que amablemente me daba palmaditas en la espalda.
Quería lágrimas.
Toda mi vida he envidiado a los actores y actrices que en la escena y en la vida soltáis la lagrimita y convencéis a los demás.
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